Estoy aquí para hablar de cómo solucionar la mayor amenaza de nuestro tiempo, el cambio climático. Estoy aquí por el agradecimiento que siento hacia nuestras instituciones públicas y sistema universitario, que me permitió llegar al MIT para comenzar un doble doctorado becado en investigación por la Unión Europea y el Gobierno estadounidense, respectivamente. De allí me reclutó McKinsey & Company, la consultora más prestigiosa del mundo, para asesorar a clientes en estrategia y operaciones globales. Más tarde me fui a Nike para revolucionar su función de planeación estratégica, y hace tres años me mudé a Arkansas para crear un grupo de estrategia global de suministro para Walmart, la empresa privada más grande del mundo.
No es un problema fácil de solucionar, sobre todo porque los seres humanos no siempre tomamos decisiones racionales, o priorizamos objetivos a largo plazo sobre satisfacción inmediata. De otro modo, hace tiempo que habrían quebrado las tabacaleras y los gimnasios.
Simplificando, y como contexto de referencia, el 75% del cambio climático se debe a las emisiones de dióxido de carbono, y el resto a la deforestación y prácticas agrícolas. La deforestación es un problema doble porque los árboles absorben una tercera parte del CO2 que creamos. Sin ellos se acelera el problema irremisiblemente. Otro dato importante es que los países en vías de desarrollo, un 80% de la población mundial, polucionan por habitante cinco veces menos que los desarrollados. Pero esto es por necesidad, no por gusto, y una vez su capacidad de consumo se equipare, el problema se acrecentará irremediablemente.
¿Cómo podemos solucionarlo? Dependiendo a quién preguntes, lo normal es que esperen que el problema se lo solucione la comunidad internacional, en la ciencia, en el gobierno, o en el sector privado. Exploremos primero la comunidad internacional. Sistemáticamente, en cada COP (Conferencia de las Partes de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático) el peor escenario posible el 2100 está un 20% por encima del peor escenario imaginable apenas dos años atrás.Ha habido 27 ya, y en cada uno de ellos las naciones han proclamado acuerdos, y negociado, y la pendiente de emisión de CO2 ha acelerado respecto al anterior. Estamos tratando un sistema dinámico complejo. La unidad internacional es necesaria, y está avanzando en la dirección correcta. Pero por sí sola no va a solucionar el problema.
La principal cuestión relacionada con las energías renovables es que sus ciclos de producción no coinciden con nuestros ciclos de demanda. Cuando la mayoría de la gente vuelve a casa del trabajo, enciende las luces, la calefacción o el aire acondicionado, enchufa el horno, la encimera o el microondas para hacer la cena y pone la tele, el lavavajillas y la lavadora, las centrales solares llevan horas paradas porque es de noche. Las centrales eólicas frecuentemente interrumpen su producción durante días o semanas dependiendo de cómo sople el viento, y las hidráulicas durante meses debido a sequías inesperadas, a menudo producidas por el cambio climático.
Cuando esto pasa tendemos a recurrir a energías no renovables para cubrir la demanda. El problema es que no puedes tener una central térmica trabajando dos horas al día o tres días a la semana. Sería tremendamente caro para el consumidor. Ahora mismo la máxima aportación de energías renovables que el sistema aguanta antes de que se haga insuperablemente ineficiente es alrededor del 20%.
Todo esto no sería un problema si pudiéramos almacenar la energía sobrante que se desperdicia durante gran parte del ciclo. Pero, hoy en día, no podemos. La capacidad de las baterías existentes no duraría más allá de unas pocas horas. Y si pudiéramos solucionar esa capacidad, sería demasiado caro. Y, aunque pudiéramos resolverlo y de algún modo hacerlo barato, no se podría fabricar. La producción mundial anual de baterías eléctricas no podría abastecer las necesidades del más pequeño de los países desarrollados. Y, de cualquier modo, no hay materias primas para fabricarlas. A la velocidad actual de producción de baterías eléctricas, no hablemos ya de incrementarla, las reservas mundiales conocidas de metales clave fallarán en los siguientes cinco años.
Necesitamos desesperadamente avances en ciencia y tecnología, órdenes de magnitud sobre lo que existe hoy en día. Lo bueno es que hay mucho interés en la sostenibilidad y el cambio climático, eso atrae a emprendedores de todo el mundo y al capital de inversión. Ahora mismo hay más dinero esperando fundar proyectos para atenuar el cambio climático que proyectos en sí mismos. Y, sin embargo, podría ser una burbuja, como la inversión en proyectos verdes entre el 2006 y el 2011, que perdió la mitad de su valor de la noche a la mañana, dejando sin fondos a miles de investigadores, y llevando a la quiebra a multitud de startups en tecnología sostenible.
¿Y qué podría pinchar esa burbuja? Por ejemplo que, como íbamos diciendo, UBS estima que al ritmo que vamos tendremos escasez de níquel el año que viene, de cobalto en dos años, y de litio en tres años. Para empeorar el tema, la mayoría de fabricantes de componentes están en China, que se ha movido políticamente para controlar el abastecimiento de materias primas en África mientras Europa y Estados Unidos miraban a un lado, y ya dejó claro durante la pandemia que si hay escasez de materias primas, las racionará entre aquellos que suministren a sus propias empresas, no a las extranjeras.
La transición a energías renovables necesita innovación en ciencia y tecnología para hacerla posible, para hacerla rentable, para hacerla implementable operacionalmente, para utilizar materiales ampliamente disponibles, y para hacerlo ya. Necesitamos avanzar un orden de magnitud. Necesitamos un milagro. Y en la ciencia no hay milagros.
Al contrario, la ciencia es una retahíla interminable de milagros. El último ejemplo, la vacuna contra el COVID, impensable que algo así pudiera suceder tan rápido. Pero no sucedió por casualidad, sino por la inversión de tiempo y dinero de miles de personas e instituciones en todo el mundo. Al final, los avances científicos por sí solos no cambian la sociedad. Todo depende de cómo los usemos, o si decidimos no usarlos.
Los coches eléctricos tienen más de cien años. Y la energía nuclear va camino de tenerlos. Pero aquí seguimos, quemando carbón. La ciencia, la tecnología y la innovación son necesarias, y están avanzando en la dirección correcta. Pero por sí solas no van a solucionar el problema. La mayoría de los europeos suponemos que cuando el cambio climático sea un problema de verdad, nuestros gobiernos lo regularan y punto. Pero no es tan fácil. Es un problema complejo, propicio a consecuencias inesperadas, y es un problema global, que no se puede resolver con soluciones localizadas
Hace más de veinte años que viajo a China frecuentemente por motivos de trabajo y también familiares, ya que mi mujer es valenciana pero nacida en Hong Kong. La última vez que estuve en Shenzhen antes de la pandemia comprobé que todo el transporte público se había cambiado por vehículos eléctricos. Taxis, autobuses, era una gozada. Pero la electricidad en China se produce en centrales térmicas, lo cual, unido a las pérdidas por conversión y transporte, contamina más que dejar que los vehículos quemen gasolina por sí mismos. Lo que ha hecho el gobierno es externalizar la polución y sacarla de los núcleos urbanos, pero aumentando la contaminación global para el planeta. Pan de hoy y hambre para mañana.
En definitiva. Son problemas globales que no pueden resolverse con optimizaciones locales. Los gobiernos y la regulación son necesarios, y están avanzando en la dirección correcta. Pero por sí solos no van a solucionarlo. Las grandes compañías del sector privado han visto el interés del consumidor en la sostenibilidad, la economía circular, y la lucha contra el cambio climático. Y lo han incluido en su mensaje rápidamente sin importar el sector, desde Exxon Mobil a Walt Disney, desde BMS a Texas Instruments, todas se han comprometido a llegar a cero emisiones.
La mayoría, entre el 80 y el 95%, de las emisiones contaminantes se producen fuera del alcance de las compañías con las que usted o yo interactuamos. Se producen en empresas que venden sus servicios a otras empresas, en la extracción, conversión y transporte de materias primas y productos semi-terminados alrededor del mundo. El compromiso del sector privado es importante, es necesario, y está avanzando en la dirección correcta. Pero por sí solo tampoco va a solucionar el problema.
Creo que la importancia del cambio climático va a seguir creciendo en los ojos del consumidor. También creo que seguirá creciendo la dificultad de separar el ruido de la señal a la vez que la información es cada vez más inmediata, caótica, partidista, circular y sesgada. Y eso hará que cobre más importancia la confianza del consumidor, ya que no tendrá tiempo para valorar todas las opciones objetivamente.
Por ejemplo, me gusta pensar que en España he visto cuatro revoluciones en los comercios ligadas a la confianza. La primera sería en la calidad y el servicio, saber que la ropa o la comida que compremos será siempre de buena calidad, y si nos diera algún problema podremos cambiarla. Y el ganador fue El Corte Inglés. La segunda sería la disponibilidad del producto, la confianza en que con un viaje a la semana a un mismo recinto puedo comprar cualquier cosa desde una rueda para el coche hasta ropa, comida, o los libros de la escuela. Ahí ganaron Pryca, Continente y finalmente Carrefour. La tercera revolución sería la confianza en la conveniencia, tengo un comercio al que puedo llegar andando en cinco minutos, siempre que me haga falta, con una calidad, servicio, surtido, disponibilidad y precio suficientemente competitivos como para que no merezca la pena ir comparando cada artículo con otras tiendas. Ahí ganaron Eroski, Consum, Día y finalmente Mercadona. La cuarta revolución será la de la confianza en la regeneración. Y ganará quien, aportando una conveniencia, calidad, precio y surtido suficientemente competitivos… convenza al consumidor de que está convirtiendo el planeta en un lugar mejor.
Vivimos en una economía donde las empresas compiten por capturar la atención del consumidor hacía sus bienes y servicios. Si el sector privado percibe un interés real del consumidor en la regeneración, en saber que cada euro gastado en nuestros bienes y servicios es un euro que deja el planeta mejor de lo que lo encontró. El libre mercado hará el resto.
Mi compañía, Walmart, quiere ser regenerativa, pasar de conservar y proteger a renovar y reabastecer, llegar a cero emisiones en 2040 sin hacer trampas, sin externalizar o recurrir a canjes de carbón. Nos hemos comprometido a proteger o rehabilitar 200.000 kilómetros cuadrados de tierra y siete millones de kilómetros cuadrados de mar antes de 2030. Eso es como proteger diez veces el área de la Comunidad Valenciana y limpiar tres veces el área del mar mediterráneo.
¿Y el 80% de la cadena de suministro fuera de nuestro alcance? Trabajamos con suministradores a través del proyecto Gigatrón para evitar un billón de toneladas de gases de efecto invernadero en 2030. El equivalente de retirar la totalidad del parque de vehículos de España de la circulación durante una década. Colaboramos con Schneider Electric para asegurar que cuando nuestros proveedores abren una nueva fábrica, puedan abastecerla total o parcialmente con energía renovable a un precio competitivo. Nos asociamos con HSBC para ofrecer a nuestros suministradores una rebaja de su tipo de interés si cumplen nuestros criterios de sostenibilidad.
En esta sociedad, el poder está en nuestras manos, aunque no siempre lo ejerzamos. Estamos tratando un sistema dinámico complejo, un problema global, en el que las soluciones locales, aisladas, independientes, no pueden solucionar. Necesitamosla unidad de la comunidad internacional, necesitamos potenciar la ciencia y la tecnología para que innoven soluciones factibles, necesitamos el compromiso de los gobiernos para que creen un espacio legislativo que refuerce las reglas del juego que nos llevarán al éxito, y necesitamos a la industria privada para que haga el cambio realidad.
Dejemos de premiar a los que menos destruyan el planeta en que vivimos, y empecemos a exigir que lo renueven, que lo mejoren, aunque sea mínimamente. Si cada euro que gastamos en consumir un bien o servicio es un euro que deja un planeta mejor, la sociedad de consumo pasa de ser el problema a ser la solución, y tendremos un ciclo positivo que se autorrefuerza.