“En España no existe una única institución dedicada a la productividad”. Esas son las primeras palabras del “Perfil de productividad de España” que puede consultarse en la web de la OCDE. “España aún no ha creado un Consejo Nacional de Productividad”, se puede leer un par de líneas más abajo.
Cualquier empresa internacionalizada es plenamente consciente de que incrementar la productividad es hoy una cuestión de vida o muerte para nuestro país. De modo que cuesta entender la poca atención que merece todavía el tema en el debate público, en el diseño de las estrategias económicas y en la acción de las instituciones.
El ritmo de transformación y actualización de la industria asiática, en especial la de Corea del Sur y China, está a años luz del europeo y sólo su abrumadora superioridad tecnológica en algunos campos permite a Estados Unidos aguantar el ritmo. El asunto no es incrementar la productividad en un 1,2%, como la media de la OCDE, sino asumir que la enorme agilidad de otros mercados está ampliando la brecha a una velocidad de vértigo.
“Lo que en Europa son meses, en Estados Unidos son semanas y en China, días”, es una expresión común en los cenáculos empresariales. Y no se trata sólo un problema de regulación o de acción política: la rigidez de los procesos de certificación, provoca que se tarde al menos seis meses en calificar una máquina o una pieza, con suerte, en los grandes sectores industriales europeos, como el automóvil.
La competencia en Cina está siendo capaz de actualizar en meses todos los componentes de un coche, en un año pueden hacer tres rondas de componentes nuevos en la misma plataforma. Eso supone rebajar un 40% los costes por reingeniería de costes, reingeniería de compra y mejoras técnicas.
La OCDE acaba de publicar el informe “Reactivación del crecimiento de la productividad ampliamente compartido en España”, en el que analiza esta cuestión con detalle. En los últimos años, afirma, la tasa de crecimiento de la productividad, medida en términos de producción total por hora trabajada, ha sido en promedio de sólo el 0,5% anual en España, mientras que en la OCDE en su conjunto ha sido de un 1,2%.
La mayor parte de ese fenómeno de la productividad se debe a una desaceleración del crecimiento de la productividad multifactorial (PMF), es decir, “al ritmo más lento de los avances en la eficiencia con que se utilizan el trabajo y el capital en el proceso de producción gracias, por ejemplo, a la adopción de tecnologías de producción y prácticas de gestión más avanzadas en las empresas, y a la reasignación de capital y trabajo desde empresas menos eficientes a empresas más eficientes”.
El crecimiento de la PMF cayó de alrededor del 1% a fines de la década de 1980 al 0,25% en la década de 1990 e incluso se volvió ligeramente negativo en la década de 2000. En última instancia, “refleja en parte las dificultades de las empresas y los trabajadores para adaptarse al rápido cambio estructural impulsado por los avances tecnológicos y la globalización”, dice la OCDE.
Recomendación principal: innovación tecnológica
Entre el capítulo de recomendaciones, dedica el primer apartado apartado a la necesidad de liberar el potencial de crecimiento futuro promoviendo la innovación. Y en esa tarea son claves, según el organismo, los centros tecnológicos “que llevan a cabo proyectos de I+D a través de asociaciones entre empresas, especialmente PYME, e institutos de investigación”.
Habla también de “fomentar una mayor escala y especialización de las universidades para elevar la calidad de la innovación, ampliando la asignación de recursos en función del rendimiento y la aplicación de la revisión por pares internacionales y proporcionando más oportunidades de carrera para investigadores altamente cualificados”. Esto son palabras mayores, el gran desafío pendiente de nuestro país.
Uno de los grandes problemas del lento crecimiento de la productividad laboral es que se concentra en las empresas y regiones más rezagadas desde el punto de vista de desarrollo tecnológico y, por lo tanto, “coincide con la profundización de las desigualdades económicas”, añade el informe.
“Mientras que el 5% superior de las empresas más productivas de España, las llamadas empresas frontera, muestran un crecimiento saludable de la productividad laboral (alrededor del 2% anual de media), comparable al de sus contrapartes en otros países de la OCDE, el crecimiento de la productividad laboral entre otras empresas, las llamadas empresas rezagadas, ha quedado reducido considerablemente”. El patrón es similar en el caso de las regiones.
Es ahí donde se hace más necesaria la presencia de los centros tecnológicos. “Para reactivar el crecimiento de la productividad laboral, un desafío clave es permitir que las empresas y los trabajadores aumenten su eficiencia, permitiéndoles aprovechar las oportunidades que ofrecen el cambio tecnológico y la globalización”.
Desafíos y recursos humanos
Se plantean desafíos que vienen como el de la orquestación de distintos sistemas de inteligencia artificial; el impacto en la actividad industrial de las normativas en materia de sostenibilidad, igualdad y derechos humanos; las organizaciones como sistemas neuronales; los espacios de datos, las posibilidades que se abren para federarlos y los riesgos en materia de propiedad; las plataformas compartidas de software; o la cultura de exploración.
España muestra todavía un desajuste entre las competencias que ofrecen los trabajadores y las que requieren las empresas. En comparación con otros países de la OCDE, una proporción considerable de trabajadores declara tener cualificaciones superiores a las que requiere su trabajo (el 22% frente al 17% en la OCDE) o carecen de las cualificaciones necesarias (el 19% frente al 18% en la OCDE).
El hecho es que el crecimiento de los salarios reales en España se ha mantenido cerca de cero desde los años 90, e incluso se volvió ligeramente negativo en la década de 2010, “sin poder seguir el ritmo de un crecimiento de la productividad ya débil”.
La OCDE insta a adoptar medidas que promuevan la inversión en activos intangibles como el talento directivo, el software y la I+D. También propone iniciativas que mejoren el acceso a las redes de comunicaciones digitales mediante una combinación de inversión privada y pública.
La productividad debe convertirse en una verdadera cuestión de Estado. Dilatar el abordaje de este asunto, tan íntimamente ligado a la adopción de medidas de I+D, no hace más que incrementar la dependencia de las empresas y de la sociedad de las verdaderas locomotoras de la innovación a nivel global. El problema ya no es qué debe hacerse, sino por qué no actuamos más rápido.