Uno de los indicadores para calibrar la fiabilidad de las tendencias tecnológicas es, sin duda, el comportamiento de los inversores. Y la consultora que mejor conoce a los que actúan en el sector agroalimentario a nivel global es AgFunder. En su Global AgriFoodTech Investment Report 2023 indica que la inversión en tecnología agroalimentaria ha alcanzado los 27.370 millones de euros en 2022, lo que supone una disminución interanual del 44% respecto a un 2021 de récord, pero se sitúa por encima de los datos de 2020.
De los 12.600 millones de euros invertidos en América del Norte, el 90% han ido a parar a empresas de Estados Unidos, que continúa dominando la industria y, en especial, de California con casi la mitad: 5.100 millones, más que toda Europa. A pesar de la caída masiva en la financiación dirigida a China, el capital atraído por Asia supera en más del 50% al dirigido a Europa. España, por cierto, desaparece del Top10 mundial y del Top5 europeo.
No ha habido megaacuerdos por encima del millar de millones en 2022, a diferencia de lo sucedido en últimos años. Por sectores, la financiación ha aumentado en biotecnología, bioingeniería y biomateriales, software e IoT (internet de las cosas) para la gestión de las explotaciones y sistemas de agricultura nueva (novel farming systems). Ha disminuido, en cambio, en el sector de comidas a domicilio, comercio electrónico, proteínas alternativas, venta minorista en la nube y tecnologías Midstream.
AgFunder extrae varias conclusiones de los datos con las que elaborar un mapa de tendencias. La inversión en tecnologías upstream ha recaudado más capital que las tecnologías downstream y, en este sentido, la tecnología climática va a cobrar cada vez más protagonismo y tendrá un gran impacto en el interés de los inversores en el futuro.
En especial, una parte del foco se pondrá en todo lo relacionado con el carbono, desde capacidades mejoradas de medición, informe y verificación (MRV) hasta productos alimenticios bajos en carbono. Algunas fórmulas reclaman atención en esa línea, como los programas de créditos de carbono que otorgan un pago a los agricultores por la mejora del suelo.
En el auge de la financiación a la bioenergía y los biomateriales destaca el impulso creciente de las alternativas novedosas a los plásticos y los materiales de origen animal, así como las fuentes de energía limpia. En Novel Farming Systems se han producido acuerdos significativos tanto en sistemas basados en insectos como en cultivos.
Y, como es obvio, la inteligencia artificial: “Si bien las predicciones de IA para la biología estructural han tomado por asalto a la academia y la medicina, todavía hay un retraso en la agricultura. Esperamos que esto cambie en 2023”, dice el informe.
Robótica
La robótica se perfila como una de las próximas grandes revoluciones en el sector primario debido a la escasez de mano de obra y los desafíos de la cadena de suministro. El impulso hacia la automatización de muchos de los procesos manuales en la producción de alimentos va a ser primordial.
La clave es superar los obstáculos que plantea de por sí un medio hostil a la tecnología digital, muy a su pesar, como el agrícola. Para desplegar robots autónomos a escala de campo se requieren enormes inversiones y ciclos de aprendizaje prolongados. Varias empresas de innovación en robótica agrícola se han quedado sin tiempo ni dinero antes de poder llegar al mercado por falta de financiación estable. Un factor a favor de la agricultura es su propensión a pensar a largo plazo, con perspectiva intergeneracional, lo que permite contemplar retornos de la inversión proporcionalmente altos.
Pese a todas esas barreras, ya hay numerosos ejemplos de aplicación de las tecnologías de vanguardia al campo. Burro y Future Acres han diseñado robots de ayuda a la cosecha que pueden transportar uvas recolectadas por las filas de recolectores. Y los sistemas de tratamiento de imágenes con GPU e IA están presentes ya en miles de máquinas agrícolas, desde pulverizadores hasta cosechadoras.
Hay que plantearse ya la incorporación de estas tecnologías al trabajo agrícola, porque un agricultor que continúa operando equipos de manera tradicional, impulsada por personas, pagará cada vez más por conseguir operarios cualificados. Hay que evolucionar el concepto de “trabajo agrícola” hacia el de “carrera agrícola”, con “tecnólogos agrícolas” y “operadores profesionales de equipos agrícolas”.
Se prevé que una de las consecuencias de la automatización sea la de reducir drásticamente el uso de productos químicos en la granja, con una aplicación más precisa y soluciones que los eliminan incluso por completo. Los flujos de trabajo menos complejos podrán pasar, asimismo, a manos de la robótica, como la pulverización automatizada y la fumigación de precisión con vehículos autónomos (UAV).
El desafío de los datos
Los integradores de tecnología agrícola serán determinantes para aprovechar los datos de los sensores que serán procesados por algoritmos conectados a los robots o máquinas para realizar el trabajo. El objetivo es crear mayores márgenes para la cadena de valor Ya existen sistemas de administración de fincas, contabilidad, comerciales y de punto de venta. El problema es la conectividad y la interoperabilidad.
Las explotaciones usan a menudo sistemas heredados o encerrados en silos, completamente separados que rigen el resto de su negocio. Los expertos hablan de Infraestructura Agrícola Digital para referirse a aquella que elimina las duplicidades que provocan las soluciones de un solo uso y crean modelos para que la información se comparta con agilidad.
Cada vez son más las fuentes de datos para la agricultura. Airbus proporciona imágenes satelitales de alta resolución a la plataforma AGMRI de análisis de cultivos impulsada por inteligencia artificial (IA). Desde The Yield Lab Europe, se piden sistemas para medir de manera precisa y automática las emisiones de carbono y la captación de CO2 en todo el mundo, y a muy bajo coste. No podemos gestionar lo que no medimos.